

Antes de su ejecución se efectuó en Cristo el cruel preludio de la flagelación. Una revista de la Asociación Médica Estadounidense, “The Journal of the American Medical Association”
describe así la práctica romana: “Por lo general el instrumento que se
usaba era un látigo corto (flagelo, flagra horrible) con varias tiras de
cuero sueltas o trenzadas, de largo diferente, que tenían atadas a
intervalos bolitas de hierro o pedazos afilados de hueso de oveja [...]
Cuando los soldados romanos azotaban vigorosamente vez tras vez la
espalda de la víctima, las bolas de hierro causaban contusiones
profundas, y las tiras de cuero con huesos de oveja cortaban la piel y
los tejidos subcutáneos. Entonces, a medida que se seguía azotando a la
víctima, las heridas llegaban hasta los músculos esqueléticos
subyacentes y producían tiras temblorosas de carne que sangraba”.
No se sabe cuantos latigazos recibió Cristo, pues según la costumbre judía solo se daban 39 golpes, mientras que los romanos solían flagelar mucho más. La humillación de Cristo,
lo que incluyó que lo disfrazaran de rey con un manto rojo, una caña en
su mano derecha a manera de cetro y una corona de espinas, parece
seguir una costumbre de las legiones que escogían a un esclavo en las
saturnales de fin de año, para vestirlo de rey, humillarlo y luego
sacrificarlo. Los soldados romanos le escupieron y golpearon. Se
burlaban de él diciendo: «Saludos, rey de los Judíos».[7